¿Qué puede hacer un peregrino, y más todavía si es poeta? Pues contar en pocas palabras su día eterno, hacer su propia semblanza, relatar su derrotero por los senderos de su destino. ¿Ya escrito? ¿Decretado de antemano? Cada uno de nosotros daría de buen gusto un buen puñado de días, semanas e incluso meses de nuestra corta vida, con tal de saber la verdad. Allí radica posiblemente lo que Federico García Lorca veía sobre el secreto oculto de la vida: “Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio”. Y de eso es precisamente de lo que esta constituída la poesía de Sayed Gouda, de misterio. Y de un destierro (¿geográfico? ¿interior?), de una ruta que el poeta transita a pesar de si, y que lo sorprende, lo acosa, y muchas veces lo hace perder el sueño, el rumbo o bien, lo aniquila como a cualquier mortal.
Sayed Gouda nació en El Cairo, sin embargo su poesía dista mucho de ser “cálida”, entendiéndose por esto una poesía más cercana al desierto, a las altas temperaturas. La poesía de Sayed Gouda, en todo caso, está más emparentada con el frío, la nocturnidad y la aspereza. Y más todavía: su poesía está más cerca de la roca.
Como todo peregrino, Sayed Gouda añora un tiempo perdido, y denuncia, al mismo tiempo, circunstancias personales, materia prima de acento autobiográfico, con ritmo contundente, abrazador, pidiéndole al lector (exigiéndole) un compromiso inherente a la poesía sin concesiones.
Sayed Gouda, el poeta, no negocia, presenta su mundo particular, su paraíso perdido, y con la verdad (la suya, intransferible) se revela. Desde su propia montaña, se declara abiertamente en contra de la Injusticia, el desorden, en una realidad dislocada; poesía en verdadero contrapunto con un mundo vacío de contenido, donde el poeta queda solo, anunciando sus verdades frente a la incomprensión de un mundo distraído, mayoritariamente carente de sensibilidad.
Y estas son las palabras del poeta, del peregrino que lleva por el mundo su verdad, porfiadamente, a pesar de la inercia y la sordera universal. |