Ulises vive actualmente en Trieste, está casado con una mujer cubana y tiene dos hijos. Sus hijos literarios están desperdigados por el mundo, en bellas y cuidadas ediciones, defendiéndose de los huracanes del trópico, luchando contra las gigantescas olas de un tsunami o revitalizados en cada lectura en festivales tan distantes y prestigiosos como Medellín, Struga, La Habana o Las Palmas de Gran Canaria.
Hace tiempo que tiene su barca atada al pestillo de su puerta, y ha cambiado los remos y su afilada espada, por el verso libre y la conversación.
Desde que decidió dedicarse por entero a la poesía, no añora casi nada de su vida anterior, e incluso, cuando las imágenes de su pasado de gloria se cuelan en la luminosidad del cielo triestino, lo atribuye simplemente a los sueños que, en su forma diurna, se escapan por uno de los tantos pasillos de la noche.
De estatura más bien alta, simpático, conversador, su estampa recuerda más a un embajador que a un poeta; predomina en su rostro anguloso los ojos negros y chispeantes, característicos de su inmediata ascendencia: el padre de Gaetano nació en Sicilia, y el poeta de Trieste tiene ese fulgor nocturno en la mirada, como si las hogueras de un mundo primitivo ardieran en el fondo de sus ojos, acaso porque no está dispuesto a que el fuego primordial de su poesía se apague.
Nada que se interponga en su camino tiene condición de obstáculo, porque ya se sabe que para Ulises no existen los impedimentos; es más: basta que aparezca en su campo visual un escollo, para que el poeta haga virar su embarcación y tomar por otro camino, sorteando alegremente esa piedra oscura en el seguro transito de su ruta.
He leído en profundidad a Gaetano, y como no sucede con otros poetas a lo largo y ancho de este mundo, su poesía se parece a él: comunicativa, transparente, tocada en todo momento de ironía, humor y salvación. Porque a Ulises no le interesa dejar por los campos del Señor, combatientes caídos para que las aves carroñeras despunten su festín; con dignidad y un profundo deseo de justicia, el poeta muestra como pocos el desvarío y la necedad de la pobre humanidad en fuga, y luego, propone el salto revitalizante, el golpe de gracia, no para multiplicar sepulcros, sino para reivindicar la libertad suprema del hombre, la luz posible, el aire todavía hallable. Gaetano Longo no golpea la tierra con un fémur, levanta la mirada de su verso, y con los ojos puestos en el horizonte, nos invita a entrar en su poesía coloquial, aparentemente sencilla, sabia y noble, como el buen vino que atraviesa el cielo de su patria. |