Dormir con un ojo abierto, atentos a que al menor movimiento del aire puede sobrevenir un desorden en cadena, no es agradable, por más que en esencia seamos todos pasajeros.
Tal Nitzán y muchos de mis amigos judios, se han acostumbrado a dormir con el corazón fuera de su cuerpo. En ocasiones funcionando como una alarma sensible (lo mejor que se conoce en plaza). Se desayuna con el corazón en la mesa de la cocina, o se lo lleva al baño mientras uno se ducha, o bien se deja sobre la mesa de luz del dormitorio, siempre a mano y a la vista. Difícil tarea vivir; duro trabajo sobrevivir.
Tal Nitzán tiene voz segura, paso decidido y es de pocas palabras, acaso porque se ha acostumbrado a no tener tiempo, o bien, el poco tiempo que dispone debe administrarlo, capitalizarlo, porque en medio del desayuno familiar, es decir, en el otro extremo de su cuerpo, puede estallar esa mañana una bomba, desaparecer una escuela, o terminar de encontrar el viejo almacén del barrio en el tercer escalón del cielo. Acaso también por todas estas cosas, la poesía de Tal Nitzán opta por lo cotidianio, territorio en el cual transcurre su obra poética.
Con la materia prima que le impone la realidad, cualquier aficionado haría una poesía del “pamento”, una poesía del “barullo”; sin embargo Tal Nitzán (¿elije?) se le impone registrar una poesía del momento. Toda su poesía está marcada por la fugacidad de los instantes. Nada permanece en su sitio. No hay sensación de estabilidad. El movimiento en la poesía de Tal es continuo, urgente, irreversible, a pesar de ella y del grupo familiar; pero no sólo abarca al grupo de familia, sino que sale a la calle y llega al resto.
En muchos poemas la casa queda puesta, con la esperanza de sus moradores de volver a ocuparla, con la legítima esperanza de retomar los quehaceres domésticos; en otras oportunidades, un disparo en la calle anuncia que la insensatez anda suelta nuevamente y es posible que termine por golpear la puerta de la casa del poeta.
En el breve e intenso poema “El canario”, todo el decorado del encuentro cotidiano de la familia, es movido de un lado al otro de la casa, bajo la terrible presión del ajuste de la economía familiar. En otras ocasiones, el peso de la tradición se confronta con la realidad: “Después del corte de pelo”.
Más allá que los lectores tengamos un marco de referencia histórica, de contar con datos sobre lo que se nos cuenta, Tal Nitzán hace del duro trabajo de sobrevivir, una poesía tan contundente, que transmite lo cotidiano instalándose en la verdadera peripecia humana.
¿Quién dijo que era fácil vivir? ¿Quién dijo que vivir no era un duro trabajo de sobrevivencia? |