Teresa Palazzo Conti escribe con voz de tango, a medio camino entre el arrabal y la desesperación.
Su poesía tiene la respiración del tango, y para mejor, arrabalero. Y los quiebres, juegos, y palpitaciones de un fueye; poesía que nace del vientre y estalla en su garganta, para revelar un sentimiento, ilustrar una historia, o sencillamente para golpear con un puño la mesa de la vida.
No es frecuente, en ambas márgenes del Río de la Plata, encontrar una poesía de raíz tanguera, al menos con el nivel imprescindible para colocarla en el lugar que se merece.
Su aliento poético está más cerca de Troilo que de Piazzola, más cerca del barrio, que del centro y los anuncios luminosos. Y como si esto fuera poco, oir su poesía en su propia voz, nos pone de frente ante una poeta dura, salvaje, dolida.
No siempre la poesía resiste ser leída en voz alta, pero en el caso de Teresa Palazzo Conti, todo juega a su favor, y aún, en los casos en que su poesía se aleja del tango, está presente el duelo, el puñal, el arrebato de un amor en plena faena diaria, por más que yo prefiera un bandoneón arqueado en el empedrado, apenas iluminado por la luz amarilla de un farol a la intemperie. Pero eso ya es harina de otro costal. |