En un mundo aún convulsionado por ancestrales conflictos fratricidas, por guerras territoriales y económicas, por el inexorable flagelo del hambre y la desesperanza, inevitables hijos putativos del capitalismo salvaje y de la aglutinante globalización, reencontrarnos con la buena poesía, esa que cala hondo tanto por su temática como por su decir, resulta por demás reconfortante.
En "La vía láctea", el talentoso vate compatriota Jorge Palma nos ofrece una nueva confirmación de su ya reconocido oficio literario y de su atinada pluma, capaz de hallar el sentimiento más medularmente escondido en las cosas más simples de nuestra cotidianidad.
Estas composiciones poéticas, escritas durante el período comprendido entre 1987 y 1995, permiten un reencuentro con un poeta maduro a pesar de su juventud, un artista que ha vivido y, por ende, ha sufrido, pero sabe extraer lo mejor de ese caudal doliente valiéndose de su arte.
En el prólogo de esta selección poética, Rosario Peyrou afirma que la poesía de Palma es "Lúcida, apasionada y lírica a la vez..." Estas definiciones, que a simple vista pueden parecer quizá algo contradictorias, son inmediatamente confirmadas cuando uno se adentra en las páginas de la obra, que si bien está compuesta por treinta y dos poemas, conserva una ajustada unidad, a pesar de lo variado de sus temáticas.
Palma alude a la muerte pero no con solemnidad, sino como algo totalmente cotidiano, que integra con naturalidad al paisaje del mundo de los vivos. En cierta medida, el autor parece sugerir que morir es un nuevo estadio existencial, o mejor dicho, que la vida puede contener muchas muertes, más allá de la definitiva desaparición física.
Palma desdramatiza sin banalizar. Su lenguaje es, a primera vista, coloquial, pero esa coloquialidad que está cargada de significados más allá de la simplicidad de los vocablos, esconde raíces más profundas de lo que puede advertirse en una primera lectura.
El escritor sabe expresar los sentimientos más complejos e intrincados con admirable llaneza, pero sin caer en lo burdo ni en el empobrecimiento del lenguaje.
El poeta transita de un género a otro, trastocando tiempos y cadencias, para confirmar que el mundo puede llegar a ser, al mismo tiempo, patéticamente hilarante o patéticamente triste, tediosamente rutinario o inesperadamente mágico.
Palma nos revela, como si se tratara de un juego de cajas, un amplio abanico de universos. Si bien estos universos pueden parecer a simple vista contradictorios, el poeta corrobora que poseen una extraña unidad, al igual que su obra, que conforma un heterogéneo corpus poético.
El talentoso literato aborda con igual eficacia la temática romántica, el existencialismo, el surrealismo, el drama y el absurdo, mutando de rumbo incluso dentro de un mismo poema, pero sin abdicar del espíritu que unifica cada texto.
Palma utiliza un lenguaje despojado de subterfugios. Su escritura es simultáneamente- dolorosa, mágica e ingenuamente franca. Un ejemplo concreto es "Los subterráneos", una pieza poética dotada de singular fuerza dramática. Cuando Palma escribe "...He visto a un hombre solo, mordiéndose las uña de los pies en un sótano oscuro lleno de escorpiones...", notamos que -por debajo de la violencia que trasmiten las palabras- el poeta retrata la soledad más extrema, la más angustiosa desesperanza.
Los versos tienen extensiones variadas. Algunas veces sugieren y otras muestran cuadros descarnados. "El rapsoda" es una pequeña joyita lírica: "...No reconozco otro sonido que el de mi sangre aullando delante de la furia..." En este caso, la elocuencia del discurso poético posee una fuerza avasallante, que cala hondo en la sensibilidad del lector.
La producción poética de Jorge Palma posee innegables influencias de diversas épocas, autores y estilos, que el autor capitaliza para enriquecer su creación.
Se nota que es un artista que ha abrevado profusamente de la obra de muchos de los más célebres literatos. No obstante, si bien estas influencias pueden apreciarse, el escritor logra una voz poética autentica, poderosa y particularmente expresiva, que revela una identidad sin dudas intransferible.
Hugo Acevedo
Diario La República 7 de mayo de 2006