Cuando yo nací
la lluvia ya estaba
en el mundo.
Igual que siempre:
desigual/ larga/ copiosa
y transparente, mansa
y delgada como agujas,
fría o caliente
según la estación.
Sin edad,
eso dijeron siempre,
porque nunca pudieron
calcularle los años
de trabajo en el mundo,
limpiando cuerpos y caminos
llenando ríos y arroyos
llenando estanques
y latas en los fondos
del baldío.
Tan alta es
que no puede verse
su talla.
Tan lejana,
como el cielo
y su remoto balbucear.
Cuando yo nací
la lluvia ya estaba
en el mundo,
y las estrellas que viajan
por tu pelo cuando duermes
y el perfume de las flores
y la luz,
y las constelaciones
que hoy no se ven
en el cielo por exceso de humo
ya estaban.
Pero no estaban las fogatas
en las esquinas quemando recuerdos,
pero no estaban los niños
robados que cruzan las fronteras
con alcaloides debajo de los párpados,
ni los hombres que emigran
que cruzan el mar,
y en otras tierras, tejen figuras
de un país lejano,
entran a las panaderías
y señalan con el dedo, aquél
pan crujiente / amarillo / casi nunca
caliente/ y luego se marchan
doblados por la soledad
golpeados con fuerza
por un cono de sombra / un árbol torcido
una ventana entreabierta en un país lejano
que llaman patria. |