Tú que tienes la precisión
prendida en la solapa:
¿a cuánto estamos hoy?
El olor de la tierra húmeda
trae en los bolsillos
noticias del mundo:
del rojo al verde
se muere el amarillo;
de mi casa al mercado
se mueren los niños
en el desierto.
Los noticieros hablan
de la guerra
y el cielo avanza.
Los noticieros hablan
de tormentas de arena
en el desierto
y los pájaros emigran
en mi cielo de otoño.
Mientras enciendo un cigarrillo
mientras la ropa
se seca al sol
se mueren los niños
en el desierto.
Del rojo al verde
se muere el amarillo.
Y las casas son abandonadas
por sus dueños,
y las viudas dejan flores
en la mitad de las camas
y se marchan,
se cubren la piel
con sus trapos de viuda
con sus pañuelos de luto
con sus ropas de humo
y caminan
por el borde del cielo
y caminan por las orillas
del mundo.
En mi patio con macetas
caen flores del cielo
y caen también
pájaros atravesados
por el sonido de la guerra,
y se despiertan las madres
bajo otro cielo
y en los mercados
las frutas, los pescados,
los pregones, no tienen
sonidos de luto,
ni hay viudas huyendo
a las fronteras
ni hay temblores de tierra
ni nadie sacude vidrio molido
de las mantas
ni los curas barren los escombros
de las catedrales y las iglesias
ni en mi cielo de otoño
contemplo esta mañana
la inmensa peregrinación
de ataúdes y pañuelos
que en algún lugar del mundo
se desatan; el polvo, la arena,
el desierto abrasador,
donde dicen estuvo el Paraíso
el Paraíso anhelado
a punto de perderse,
donde un niño sueña todavía
que tiene brazos
una familia, y sus piernas
inquietas de doce años
corren por las inmensas
arenas y salta, busca
nubes, desafía las leyes
de la física, soñando
por las tierras de Ur
a la sombra monumental
de las ruinas de Babilonia.
Del rojo al verde
se muere el amarillo.
Entre tu pecho
y el mío
se muere el amarillo.
entre tus alas y mi sueño
se muere el amarillo.
Entre tus piernas
y las mías
se muere el otoño,
a cuatro metros del cielo
por venir
a cuatro gotas de lluvia
o de rocío
a tres días de un disparo
demoledor y ciego
a dos minutos de la gloria
o el fracaso
a un segundo que aguarda
goteando el alba
tu boca de luz
tu llama
para contrarrestar acaso
ese grito que vuela incesante
entre dos ríos que llevan
la muerte
ese aullido que cruza el cielo
las tormentas el calor
un grito que cruza
el desierto, tu pecho
tu morada
y golpea como un puño
de acero
las ventanas de mi cuarto,
aquí, en mi pequeño cielo
de otoño,
demasiado lejos
de los hombres recién rasurados
que no volverán a sus casas,
de las mujeres
que conversan en la puerta
de un mercado
sin saber que esa noche
dormirán con la muerte;
de los que cantaron
en las duchas
por última vez, hermosas
canciones de veinte siglos,
y no supieron nunca
de nosotros y este río
ni del nombre del río
que nos nombra y atraviesa
con su mansa identidad.
Aquí en el Sur,
donde envejecemos
mirando los ponientes. |