En aquellos días, el sol
entraba a las casas
vestido de luto,
cruzaba los zaguanes
en penumbra
arrastrando los pies,
goteando sombra
del grueso sobretodo
oscuro
y en silencio
se sentaba a beber
un caldo vaporoso
abrazado
a la familia
de los huesos.
En ese tiempo
cuando llovía todo el cielo
en la ciudad,
desde las alas plegadas
de los pájaros
hasta las ventanas
crepusculares
del atardecer. |