Como un príncipe enlutado
camina la soledad
por las orillas del mundo
pisando aros de niebla
y relicarios
costillares de algas
y amuletos
entre candelabros
enterrados de perfil
y paños azules
que fueron vestidos
o palomas
entre astillas de mármol
que fueron
escalones o santuarios
o pilas bautismales
o sepulcros de ángeles
o suicidas
que alguna vez
bajo el reloj del cielo
orinaron calladamente
la fuente desierta
de una plaza.
Sin embargo algo suena
al norte de su boca
algo de furia retumba
en algún lugar del cielo
y agoniza tumbada
al borde de sus pies;
una luna herida, abierta
como un pájaro, una llaga
viva de tres semanas
desmantelada entre
piedras y caracoles
entre retazos de palomas
o vestidos
entre botellas que bajan
hacia el tempestuoso mar
y guardan el sonido
de la lluvia o de la vida;
semillas del antiguo paraíso
ojos sin párpados
que lo miran pasar
ensimismado y temblando
bajo un sol ensangrentado
cayendo a plomo. |