Hay cierta hora
en que los ahorcados
muerden los pestillos
en un ataque de furia.
Esa es la noche
de los paraguas
y los difuntos.
Cuando sólo queda
un golpe incesante
de sombra y aguacero
y siguen llegando
a la estación de las lluvias
más parientes
con sus camas tendidas
con sillas que arrastran
y rompen en la cara
de un cielo fugitivo.
Así llegan
con sus cuotas pendientes
sus coronas
sus rachas de amor
y desamor
con lámparas y fotografías
a ese lugar
donde obreros invisibles
trabajan noche y día
en las plataformas oscuras
por un sueldo miserable.
Y eso lo sabemos todos.
¿A qué más?
Por eso yo quiero
recordarte como eras
no como otros me cuentan
que tú fuiste.
Tú sigues llegando
vestido de azul de tinta
y mar, con tus países
al hombro, con cartas
rosas y manuscritos
tallados en arameo.
Aunque asegure la crónica
familiar
que navegabas soñando
por el centro
de una ciudad llena
de humo y televisores
cuando un rayo pendenciero
cayó de golpe
sobre tu niñez.
Y todo es posible
porque los rayos andan
sueltos en el cielo.
Aún así, sospecho
que algo pudiste ver
entre los pesados
cortinados
de ese día,
porque un viento negro
te buscaba los huesos
abriendo cicatrices,
cuando un extraño latido
golpeaba los cajones
de tu pecho
en esa esquina
del cielo que nunca
quisimos pisar.
Yo era un niño
cuando soñé el encuentro
de un hombre
con un barrilete
sobre una inmensa máquina
de destrucción,
que podía ser Babilonia
el mundo o acaso
ese viento negro
que te buscaba el corazón.
Pero tú llevabas
un barrilete rojo
en el pecho
un corazón
con forma de país
de mapa invertido
como soñaba también
Torres García.
Y más al sur, mis ojos,
nuestros pies, las pequeñas
ventanas encendidas
con atardeceres
al borde de otro río
el río más ancho
del mundo
por donde yo paseaba
mi desnudez adolescente
mi corta edad
mi pequeña aventura
de naufragio
atento a las voces
gastadas que sonaban
como averiados órganos
en las grutas azules
de los bares
donde escuchaba de lejos
que alguien decía: “ahí
va el nieto del capitán”.
Pero yo seguía siendo
aquel niño pescando
al fondo de un baldío
un niño como ahora
parado en su ilusión
esperando entre párpados
la llegada de otro cielo.
Hablo de Rafael, mi abuelo,
el capitán fusilado
por un rayo
en corrientes y uruguay
con un barrilete rojo
en el pecho
con forma de país.
Porque lo dijo la rémora
de las ciudades
los peces que saltaban
de las catedrales
las corrientes submarinas
que arrastraban el lodo
y la insensatez.
Aunque sólo yo crea
que te fugaste del mundo
con una mujer de pelo
anaranjado, que hablaba
el idioma de los pájaros. |