El hombre alzó los ojos
al cielo
pidiendo un minuto
más de sombra.
Al río ancho
que navegaba solo
con pájaros o pañuelos,
hacia el Norte
o hacia el Sur,
no lo sabía.
En la quietud
del aire vaporoso
el breve verano
y su estela avanza.
Avanza como el cielo
como el río de pájaros
o peces
como el sueño de pájaros
y peces y él
en el fondo sudando
conteniendo en su lecho
el diminuto temblor de sombra
el resplandor y su relámpago.
Pero la tarde
ancha y luminosa
resiste,
se llena de sueños
y no quiere mirar.
Empuja con el pecho
una llama que golpea
que regresa
en el aire
y lo despierta.
“Avanzo, avanzo,
y no es posible
detenerlo todo”.
Y los niños con alas
saludan al verano
que se marcha,
siguen un pañuelo
rojo o amarillo
que avanza avanza
y los lleva riendo
o nadando
en el aire o el cielo
en el río del pecho
con su llama,
“cada uno con su justo
color”, pensó entonces
secretamente.
Cuando la pluma
de un pájaro
quedó atrapada
entre la cuarta
y quinta página
de su niñez. |