Si acaso me dieras
una palabra de asombro
un sonido, la pequeña
remota certidumbre
que no te irás
que seguirás estando
diciendo a viva voz:
“soy el hombre
y esta es mi casa”.
Yo canto cuando cantas
y sufro dos veces cuando sufres;
caja de madera
donde late un pájaro
errante y sonoro.
Cuando dices
“amo todo lo que veo”,
escucho.
Oigo correr
tu sangre precipitada
por los oscuros dormitorios,
cuando tiembla el cielo
y los arrozales son devastados
por un golpe de puño
en la mesa crepuscular
de los burócratas.
Entonces todo tiembla;
la tierra, el aire, las enaguas,
los anillos, los matrimonios
y los amantes,
las manzanas que todavía
no han nacido
los frágiles aplausos
de las aves
naufragando
en el agua de tus ojos.
Y el cielo se apaga
cuando callas
cuando se pone de oscura
tu mirada
y llueve y se inundan
las casas con tu llanto
cuando la tierra se abre
al recibirte
en ese instante intransferible
y decididamente tuyo.
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